Antes interpretaba la
felicidad como un fin último o como un sueño utópico. Con el tiempo he ido
experimentando que la felicidad es cómo me siento conmigo mismo, es mi relación
con mi hijo, los momentos que comparto con mi familia, con mis amigos, es el
aire que respiro, es escuchar la música que me gusta, es vivir la vida con sus
altas y bajas y es mi amor por Dios.
La felicidad no es una
meta, es el viaje que inicio desde que abro mis ojos a un nuevo día hasta que
me voy a dormir por la noche. Cada vez lo entiendo mejor y cada vez me desgasto
menos cuando en mi "viaje diario" no todo resulta como espero y me
encuentro con piedras y obstáculos.
He aprendido a sortear
esos obstáculos y agradecer por la lección que me dejan, confieso que me he
vuelto más resiliente, cada vez hay menos ansias y hay más espacio para
la esperanza y el asombro. Cada día interiorizo más que la felicidad está en
darse uno mismo y en servir al otro y que por la gratitud todo vuelve al
corazón para llenarlo aún más de amor, felicidad y regocijo. Sigo caminando,
sigo transformándome, pero sigo siendo aprendiz.
¡Hasta pronto!
¡Hasta pronto!
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