"Un día menos de enfermedad, un día más en recuperación, un día más de vida gracias a Dios"
Me contagié con el #coronavirus el pasado 20 de marzo, no sé si
cometí algún error o tuve algún descuido, lo que sí sé es que cuando este
enemigo invisible irrumpe en el cuerpo puede permanecer como un visitante
inadvertido o puede ser un visitante agresivo y hasta mortal. Cuando ataca no
hace distinciones, es poco lo que se sabe de él y es por ello que desde mi
propia piel, puedo asegurar que no se debe bajar la guardia con las
precauciones ni mucho menos caer en el error de pensar de que a tí
no te pasará.
Mientras transitaba los días más difíciles de la enfermedad, experimenté
síntomas terribles. Debo confesar que cuando me faltaba el aire y me ahogaba,
la angustia y el miedo a la muerte se apoderaron de mi mente. No lograba
mantener la calma y por supuesto eso empeoraba mi condición. Trabajo con el
manejo de emociones, pero les aseguro que en ese momento crucial, era prematuro
para mi pensar en resiliencia, ni serenidad, esa fue una situación brutal donde
mi cerebro activó todos los mecanismos de supervivencia que tenía a mano y recuerdo
bien que en los pocos momentos de lucidez que tenía sólo me aferraba a mi fe
con toda la fuerza que me quedaba.
En esos días, también comprendí la real magnitud del colapso del sistema
sanitario cuando me negaron la atención en la sala de emergencia de 3 clínicas
porque no daban abasto con los pacientes. No me quejo, no hago un reclamo de
esto, ni busco un chivo expiatorio, creo que ningún país estuvo preparado para
esto, de hecho, considero que fue mejor no encontrar sitio en una clínica y
superar con gran esfuerzo la enfermedad desde casa, sin equipo de oxígeno y con
la ayuda de mi familia. Estoy consciente de que fui afortunada, la doctora que
me examinó algún tiempo después me dijo que la había peleado duro y mientras
ella hablaba, yo sólo me estremecía y pensaba en los miles de pacientes que no
lo lograron y partieron de este mundo sin tener un familiar cerca para apretar
su mano y despedirse.
Siempre fui una persona agradecida pero hoy la gratitud se volvió mi
compañera inseparable. Tuve una nueva oportunidad y la he recibido con una
perspectiva distinta.
A lo largo de mi vida, mi sistema inmunológico ha sido mi talón de
Aquiles. Me he enfermado de tantas cosas, he estado hospitalizada en diversas
ocasiones y aunque en todas esas situaciones me he sentido vulnerable, con este
virus me sentí frágil, desarmada e impotente, pues soy de las personas que
planifica, previene, se anticipa a escenarios y con este virus entendí a las
malas que era poco o nada lo que yo podía controlar.
Es una realidad. Con esta pandemia, no tenemos aún certezas. No podemos
hablar de información histórica, ni estamos áun en capacidad de hacer
trazabilidad de pacientes, ni siquiera contamos con estudios previos. Tanto
científicos como ciudadanos apenas estamos investigando, conociendo,
experimentando y aprendiendo todo lo que se pueda sobre el virus y quiero creer
también que una buena parte de la humanidad nos estamos haciendo a la idea de
que esta tragedia inédita se puede repetir, si no terminamos de soltar y
reemplazar lo que llamamos "la normalidad"
En mi normalidad también di muchas cosas por sentado: la salud, la
tranquilidad, la vida, la cercanía con los amigos, la convivencia familiar, la
seguridad de tener un techo sobre mi cabeza, el trabajo, la estructura con la
que llevaba mi firma como consultora, entre otras cosas. Todo esto cambió para
mí y ahora que voy avanzando favorablemente en mi recuperación, soy capaz de
poner atención plena a las secuelas de la pandemia tanto en mi vida como en la
de los míos y se bien que mis antiguos esquemas ya no me funcionan, simplemente
se diluyeron.
Para este año, por ejemplo, uno de mis objetivos era migrar a modalidad
virtual 2 de mis programas de entrenamiento para Recursos Humanos y Alta
Dirección que venía impartiendo presencialmente desde el 2019 e incluso tenía
planificado lanzarlos en el segundo semestre de este año. Bueno, hoy me siento
justo como el primer día en que abrí mi firma consultora después de haber
trabajado durante 17 años en relación de dependencia...
Estoy empezando de
nuevo con mucha expectativa y algo de nerviosismo, después de todo esta para
forzada de casi 3 meses la he sentido como un fuerte sismo, sin embargo, lo he
tomado con tranquilidad y me estoy apoyando con mi equipo, colegas y personas
de confianza para tomar las mejores decisiones y priorizar servicios,
replantear mi oferta de valor, eliminar lo que no funciona y retomar otras
ideas que había guardado en el cajón. En esta encrucijada nos encontramos en
mayor o menor grado emprendedores y empresarios, ¿no es verdad?
En lo que dura un pestañeo cambió la educación, la forma de hacer
negocios, la convivencia humana, las formas de comunicarnos, los hábitos de
vida y por supuesto, cambió la economía. ¡Quién diría que mi generación fue
testigo del desplome del precio del petróleo!
- Hoy nos vemos obligados a desarrollar una nueva cultura de autocuidado para prevenir el contagio.
- Hoy tenemos la oportunidad de escuchar más y generar conversaciones con propósito en nuestro núcleo familiar.
- Hoy nos ayudamos a transitar emociones que antes no habíamos experimentado.
- Hoy estamos hablando de salud mental sin tapujos.
- Hoy nuestra forma de comunicarnos se apalanca en la tecnología pero lejos de deshumanizarnos nos dimos cuenta que es posible agregarle un toque de amor, humor y empatía.
- Hoy apreciamos de mejor forma la salud, la familia, el trabajo, las relaciones humanas, el planeta, el aire, etc.
- Hoy más que nunca, tenemos la responsabilidad de crear nuevos ambientes laborales, de poner de una vez por todas a las personas en el centro de las organizaciones, de ser eficientes, de simplificar y de innovar.
Si una situación dura y
dolorosa como esta pandemia nos ha llevado a cambiar nuestros esquemas para
transformarla en un bien mayor, entonces ¿para qué queremos regresar a lo que
llamábamos normalidad? Yo no quiero hacerlo...
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